lunes, 2 de marzo de 2009

Vivencias del Conejillo de Indias (1.1)

1.1 SER LIBRE A PESAR DE SER LIBRE

Originalmente, la pieza del Exiliado orando por su perdón en la iglesia, como todos sabes, haciendo la referencia directa con el sistema inquisidor y absolutista de catolicismo, una burla a como hasta el más poderoso y aferrimo rival de Dios se inca ante los pies del Todopoderoso, estaba planeada para llevarse a cabo en la Catedral del Zócalo de la ciudad de México. La planificación inicial se había hecho sumamente tendenciosa para llevar a cabo un acto provocativo, con el conocimiento ya conocido acerca de la visión del mexicano hacia la religión, su extremismo para defender a cualquier costo los íconos en los que cree, sin justificarlos lógicamente de ninguna manera, así pues, la agresión sería desencadenada contra la acción que sería llevada a cabo, demostrando con esto la falta de libertad pese a los constantes planteamientos imparables del gobierno y de la sociedad común de que uno de los principales derechos con los que uno cuenta es el de la libertad de expresión.
Debido a que los trámites burocráticos de otras partes de la ópera fueron complicándose, y con esto el tiempo se acortó, la primera escena del acto I, tuvo que ser reubicada tratando de evitar la confrontación que se esperaba en un principio. Se llegó a esta difícil decisión tras un análisis de la importancia de la actuación y del riesgo que se tendría que pagar por señalar firmemente la falsa libertad con la que se vive.
Dado a que esta acción era plenamente una respuesta a la interpretación de la parte donde se habla del papa Zombie, de la descendencia que la historia narrativa trae desde tiempos lejanos, se llegó a la decisiva de la facilitación de los procesos peligrosos, así mismo para evitar que cualquier asociado a la pieza, y con esto me refiero a camarógrafos y staff no tuvieran el menor de los peligros solo por aceptar colaborar con el proyecto.
La escena fue llevada a cabo en La Iglesia de San Francisco, iglesia que conozco por historia personal de mi niñez, una parroquia tranquila cerca del palacio de Bellas Artes, en ocasiones muy transitada, en otras, como la que elegimos, casi vacía. Ese día muy tempranamente, ya había algunos séquitos fieles a la religiosidad, sin embargo, los pocos asistentes pasaron de largo la escena, y cada quien actuó como cada quien creía era correcto.
La introducción entonces es más tranquila de lo que se esperaba, teniendo resultados sobre todo estéticos de muy buen ver, la escena paradójica del diablo rezando se encontró sin ninguna complicación, y así se abre la ópera del Conejillo de Indias.

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